LA ORQUESTA Y CORO DEL SER
Escrito por Claudia Rodríguez
Erase en un
pueblo ubicado en los Alpes de Francia, la casa de un humilde Luthier. Hábil
artesano en la construcción de instrumentos musicales de cuerda frotada o
pulsada.
Era uno de
los últimos que quedaban en la zona. Todos los conocían como un talentoso del
arte. Más estas manos solo sabían de construir con amor una nota.
Para quienes
compraban sus instrumentos y emitían sonidos, las manos de quien elaborada tan
anhelada pieza vibraban de sentir el sonido de la música en otros, de ver la
belleza en el otro, al pulsar o frotar en elegancia un piano o uno violín.
Aquella
artesana brindaba la forma y quien tocaba le otorgaba vida. Quien podría pensar
que de un trozo de madera pelos de caballos se podría establecer un lenguaje de
comunicación tan mágico, puro y transparente como la música.
Los artistas
venían de cada rincón del planeta a comprar aquellas bellezas ya que pocos
entusiastas quedaban por aquel arte de elaboración. Con la revolución
industrial habían aparecido fábricas con máquinas diseñadas para elaborar este
tipo de objetos en forma masiva, perdiendo algo trascendental, el mensaje de
amor que cada Luthier aplicaba a su obra de arte, ninguna era igual a otra.
Para aquella manifestación del arte todo lo que allí se construía era una
propia manifestación del Ser hacia otro Ser.
Y por ello
los virtuosos del área, se sentían atraídos por esta vibración amorosa.
Como la
bella artesana jamás sabia que era de sus hijos pródigos cuando eran vendidos.
Se
conformaba con saber que para quien lo comprara fuera útil.
Un día llego
a su casa un director de orquesta. Este afectado por la emoción que embargaba
su alma de estar frente a quien construía lo que para él era la magia viva de
la música le dice:
¡Por fin le
encuentro mi bella artesana! Por tanto tiempo buscándole allí esta frente a mí.
La joven
Luthier un poco descolocada le pregunta a que debía su visita.
Pues vengo a
hacerle una invitación. Ya es hora que conozca que la labor de amor que usted
manifiesta en cada corte, cada, cepillada, cada lijado, cada tallado con su
cincel, cada barnizado y pintado, cada corte crea un sortilegio de amor entre
quienes emiten, quienes escuchan, quienes bailan o simplemente quienes se dejan
llevar por ese prodigio que sus manos manejan.
Un poco
avergonzada la bella dama acepta la invitación sólo porque deseaba ver la
manifestación de sus hijos en conjunto.
Cuando llegó
allí el director la llevó para que se sentara en la primera fila. Y le dijo
Para una Madre va dedicada esta presentación, en la cual sus hijos se harán presente a través de la
labor que usted con el alma ha desarrollado en ellos.
A lo que
ella asintió con un sencillo y humilde gracias.
Comenzaron a
tocar cada uno de los instrumentos y la joven Luthier lloró de emoción al ver
como sus hijos habían trascendido en ese amor.
Cada
ejecutante según sus habilidades y fusión con su instrumento le daba un
lenguaje y vibración única y que en un trabajo de virtuosismo de todos,
lograban en una sola voz emitir la melodía más hermosa que jamás haya
escuchado.
Luego venía
el coro, que con sus voces angelicales retumbaban el sentir de quienes los
escuchaban.
Una señora
elegante que se encontraba al lado de esta madre orgullosa, le comenta: Y
pensar que gracias a esos tonos emitidos que en conjunto forman esta
sinfonía ellos son capaces de escribir una letra acorde y cantarla como los
Dioses del Olimpo.
Esa madre
ante esas palabras ya no cabía más plenitud en su pecho y sólo atinaba
agradecer a Dios por la oportunidad de crear con sus manos.
Al otro lado
un caballero entendido de la música interfiere en la conversación y agrega, eso
no es todo. ¡Sólo imaginen a cuántas personas en esta unión de voces y sonidos,
les llega al alma no solo su letra sino que también su consonancia, cuántas
personas podrán enamorarse, enfadarse, reflexionar o simplemente disfrutar de
sus propias emociones, a través de ellos!
¡Esto es
como una red! En donde todos estamos unidos de alguna u otra manera.
Luego al
finalizar vino el aplauso, de todo un público de pie, por todos aquellos que
habían participado en esa obra.
La bella
artesana miraba la cara de felicidad de los músicos, los coristas y el director
al recibir los aplausos que daba la Vida
a ellos. Cada uno con un mundo, con circunstancias individuales de vivencias,
con sufrimientos, caídas, trayectos de bienaventuranzas y desventuras. Sin
embargo estaban allí mirando de cara a la Existencia brindando el mejor regalo,
hacer lo que mejor sabía hacer con amor, con consistencia de espíritu. Y ese
aplauso era la recompensa.
Como para la
bella joven ver que esa gota de agua pudo convertirse en un mar con vida
propia.
Ella
aplaudió a sus hijos por lo que llegaron a Ser, en común unión con todo lo que
la vida les proporcionó a cada uno de ellos.
Observó al
cielo y emocionada logro emitir un GRACIAS tan sentido que hasta más allá del
universo llegó su canto.
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