Escrito por Claudia Rodríguez R.
Todos los días un matrimonio de campesinos se encargaba de
su jardín, allí habían plantado dos árboles frutales, un naranjo y un manzano.
Además preparaban tierra fértil haciendo dos hoyos profundos en donde en uno
echaban todo tipo de basura orgánica, entre ellas habían cáscaras de verduras,
cáscaras de huevos, hojas de árboles caídas y frutos podridos mezclando todo con
tierra y
abono natural.
Durante tres meses, regaban ese hoyo y revolvían la tierra, cumpliendo el proceso de desintegración lo
cambiaban a otro hoyo, luego de 6 meses aproximadamente la tierra de hoja
estaba lista para abonar, aquellos dos lindos árboles en crecimiento.
Todas las tardes esta pareja de trabajadores, al finalizar su jornada, se sentaban a admirar a sus
dos hijos de la naturaleza y así verles desarrollarse.
Los árboles observaban la actitud del campesino y su amada, sintiendo
una gran admiración por la sabiduría y el amor que ambos les profesaban.
Siempre él les conversaba y les decía: - “Mis queridos hijos, tomen y beban de
esta agua que les brindo, absorban en sus raíces todo mineral de la tierra que he preparado para vosotros,
extiendan sus fundamentos hasta encontrar el flujo que los sacia de vida encomendándose
al sol su alma para que les brinde el cálido rayo que se cobijara en ustedes
por cada centímetro de desarrollo, otorgándoles en su momento lindos frutos
llenos de sabor, siendo ustedes quienes den nutrición a la humanidad.
Entonces, como un hombre visionario regaba no directamente a
sus niños naturales sino que a cierta distancia para verificar que ellos habían
oído lo que él les predicaba.
Cual sería su sorpresa al contemplar que estiraban sus
pequeñas bulbos para conseguir absorber el agua y así alimentar sus raíces.
Así pasó un tiempo, los hijos ya estaban frondosos y listos
para germinar su primer fruto, más la felicidad no era plena ya que con gran
miedo se dieron cuenta que sus adorados sembradores estaban tristes, no entendiendo
el ¿Por qué?
Un día ellos se acercaron acongojados para hablarles. El
campesino con un tono de voz temblorosa inició su discurso.- Mis adorados hijos
de la esencia, en ocasiones las situaciones de la vida no nos llevan a donde
uno quisiera, la edad ya nos pide descanso y estamos enfermos, pronto los
veremos y cuidaremos desde arriba. Hemos vendido esta casa, espero cuiden de
sus nuevos dueños como lo hicieron con nosotros otorgándonos sombra, oxigeno,
belleza y alimento.
Recuerden siempre que son amados por nosotros y cada una de
las enseñanzas que les dimos, estará inserto en ustedes arraigadamente. No
teman y apliquen lo que hemos instruidos en vosotros.
Con este razonamiento, el matrimonio se despidió besando a
cada uno de sus adorados naranjo y manzano.
Así fue como pasaron
los días y llegaron a casa unas personas que para los seres naturales,
resultaban curiosas.
Vieron agrandado el jardín, lo saturaron de bellas flores,
diferentes plantas, estatuas e incluso nuevos compañeros de arbolado.
Se percataron que estaban rodeados de belleza y todos los
nuevos compañeros admiraban la hermosura de las hojas y los frutos de ambos
árboles.
Sin embargo, pese a tanta impresión los hijos de la
naturaleza veían con tristeza que nunca nadie los iba a ver por las tardes, ni
a compartir con ellos, solo observaban que estaban acompañados cuando alguna
celebración había en casa.
Del jardín, se encargaba una persona vestida de azul,
siempre haciendo lo mismo regando moviendo la tierra, podando, sacando los
frutos, abonando y ocupándose hasta del mas leve detalle para que el lugar
pareciese el cielo.
Como esto se realizaba cada dos semanas, el puntual
jardinero aparecía siempre para ocuparse de su trabajo.
Todo el jardín se alegraba porque sin mayor esfuerzo algunos
tenían todo lo que deseaban cuando lo pedían.
Un día, vieron que los dueños de casa llevaban equipaje y se
despedían de todos, era verano y por lo que lograron escuchar las flores se
iban de vacaciones por un mes.
Cerraron todo en casa y se fueron. En un inicio no notaron
la ausencia pero al pasar los días, se dieron cuenta que el jardinero ya no
venia y el calor que comenzó hacer era
inaguantable para cualquier ser viviente.
El pasto a falta de agua se puso de color amarillo hasta
secarse, las flores poco a poco se fueron marchitando, las plantas se quemaron
y los árboles estaban desesperados.
Entonces el Naranjo le dice al Manzano. ¿Recuerdas lo que
nos dijo nuestro padre humano?
El manzano indiferente le contestó - ¿De qué me hablas?
-Te digo que el nos alertó del peligro, es más cuando eso sucediera
debíamos a aplicar sus enseñanzas. Habló cálidamente el Naranjo.
-
Yo, me acostumbre a que todo me lo dieran el alimento
agua, abono, incluso la poda que me deja
más bello que nunca y gracias a esos cuidados he dado los mejores frutos. Ahora
me dices que aplique un trabajo, que haga un esfuerzo, ¿Para que?, si el
problema es de nuestros dueños no nos han otorgado los cuidados que merecemos,
pues tendrán lo que descuidaron, todo seco y nada de frutos. Mencionó
enérgicamente el Manzano.
-
Yo sin embargo afirmó el naranjo aplicaré las
enseñanzas de los que se han ido, porque quiero que cuando lleguen los nuevos
dueños vean que a pesar de su descuido puedo independientemente buscar mi
crecimiento y otorgar desde mi felicidad la felicidad a ellos de ver que la Naturaleza es sabia.
Así inició la búsqueda el naranjo, recordando cada proceso y
entre esos pensamientos evocados al presente se acordó que cerca de allí había
un riachuelo, entonces con fuerza sus raíces iniciaron un viaje de alargamiento
para llegar hasta el agua. Así fue, aquel árbol se mantuvo allí alimentándose
del agua, de sus mismas hojas y de la humedad de su sector donde estaba
plantado se abonaba, el sol por su parte
hacia lo suyo obviamente.
Pasó un mes y los dueños de casa llegaron. Se quedaron
estupefactos al ver su jardín todo quemado, los árboles secos entre ellos el
manzano pero impresionados a la vez salieron a verificar si lo que sus miradas
impresionadas estaban admirando…. El naranjo estaba reluciente incluso con
bellos frutos listos para ser sacados y disfrutados.
El dueño sacó uno de
ellos para probarlos. Quedó maravillado de su sabor y le dijo a su mujer –
Nunca había comido una naranja tan jugosa y dulce como esta, de verdad no se
como lo hizo este pequeño árbol para sobrevivir a nuestra negligencia pero debo dar
mérito a que “LA NATURALEZA ES
SIEMPRE SABIA”. Ya ves, mí querida esposa, ni todo el dinero y cuidado que
hemos dado sirvió para que nuestro paisaje se salvara. Sin embargo la sencillez
y la humildad de la sabiduría de unos campesinos convirtieron en grandeza lo
que a nuestros ojos era simpleza.
Al oír esas palabras el árbol se acordó de sus adorados
sembradores, estirando sus brazos al Cielo dio las gracias, porque en su
interior tenia claro que sus amados padres humanos no podían estar en otro
lugar que no fuera ese.
Desde ese día, el matrimonio millonario se daba tiempo todos
los días durante las tardes de ir al jardín y meditar junto a ellos, teniendo
un especial aprecio por aquel árbol que sabiduría a ellos les había entregado.
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