EL AVE DEL PARAISO
Pere Puig M. y Claudia Rodriguez R
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Erase una vez, en una selva amazónica donde todos se habían
reunido en total jolgorio de alegría y encanto por el nacimiento de 5 aves del
reino paraíso.
Como bien es sabido, la iniciación de las aves radica en un
primer vuelo. Allí, toda la comunidad verifica que la personalidad y talentos vienen
en cada ser que emerge desde el mundo de la Madre tierra para ser parte de ella
en total equilibrio y armonía.
Mamá ave limpia a sus crías para que ellas se encuentren con
su mejor envestidura para tan sagrado momento. Se pone en posición detrás de
ella para otorgarles el apoyo y la fuerza necesaria para ese primer impulso
hacia sus sueños.
Uno a uno toma va tomando distancia y desde el coraje
interno de la voluntad extiende sus alas para desplegarlas y saludar al viento
en señal de agradecimiento a la creación y la vida por pertenecer.
Sólo faltaba uno para cumplir con el ritual sagrado de la
danza del nacimiento en donde cada vida de la selva se pinta y baila al ritmo
de melódicas resonancia de los tambores.
Se acerca la cría hacia el abismo de la altura, despliega su
talento máximo hacia el cielo y al lanzarse en ese preciso instante germina
incontrolable la duda, preguntándose ¿Podré hacerlo? ¿Si mis hermanos pudieron
porqué yo no?, al cumplir esta milésima de segundos de pensamientos, se lanza. Una y otra vez movió sus alas lo más
rápido que pudo, más sin pausa cayó estrepitosamente al suelo.
Se sintió frustrado ante su expectativa y cohibido. Desde
donde estaba, nuevamente extendía sus brazos diminutos, deslizándolos desde el
ritmo de un arriba, hacia abajo. Más no podía despegar.
Mamá hizo lo mejor que pudo y con sus hermanos ya era hora
de emigrar. Iniciando su vuelo hacia su forma natural de vida.
Antes de partir, le dice al pequeño: - Quizás ahora no lo
percibas, más en ti vivirá el arcoíris que te llevará a distinguirte entre los
distinguidos. Y se marchó.
De pronto en aquella danza tropical de la selva comienza a llover. La
pequeña ave, desplegaba sus alas pese a que su bello plumaje se humedecía
impidiendo sus movimientos fluidos, sin embargo siguió su intención y como vio
que necesitaba ayuda, reforzó su aprendizaje con el utilizar sus extremidades
como fuerza para seguir avanzando, para ver si podía
seguir a su familia. Más ellos se fueron perdiendo de vista poco a poco.
El pequeñin se lanzó a llorar como un grito de angustia al
no saber que le depararía el espíritu de la savia, observó a su alrededor y los
árboles le parecían altos e inalcanzables, por primera vez allí sintió
temor de todo lo que percibía su mirada, como la inseguridad que sentía en su
corazón. Más en un lugar escondido dentro de su ser, sabía que era parte de
toda esa belleza, pero no entendía ante aquel fracaso, cual era ahora su misión
de vida.
Las hadas del bosque decidieron colaborar en el desarrollo
del pequeño, sin intervenir sino orientar, para que él fuese descubriendo su
mundo y su visión en este proceso.
Pasaron los años y a través de sincronías tan mágicas como
permitir que el suelo de la tierra mojada y las plantas, reconstruyeran la piel
de aquellas extremidades que el ave usaba para trasladarse de un lugar a otro. Haciéndolas
más resistentes al suelo y más desarrolladas en su musculatura así había
aprendido a correr con poderío y astucia
ante futuros peligros que podrían
asechar.
Le otorgaron el don de la intuición, en donde a través de
sus sentidos captaba toda la inmensidad del movimiento de la selva.
Este talento le ayudaba a encontrar alimento y descubrir
donde poder guarecerse para protegerse, en caso de necesitarlo. Era capaz de
adelantarse a los movimientos de los depredadores. Afinando aun más sus
movimientos.
Que sin lugar a duda aprobó con maestría ya que desde
pequeño, el temible halcón de la selva lo asechaba constantemente con la idea
de convertirlo en su alimento, estrella. Reinando en el cielo, mientras el ave
reinaba en la tierra.
La situación al ya joven ave lo tenía saturado y aún pese a sus ejercicios diarios no lograba su mayor sueño, volar. No
comprendía que cual era el motivo o razón del por qué no podía desprenderse del
suelo para erguirse hacia inmensidad del mundo que le esperaba. ¡Se sentía tan
limitado! Cada vez le era más lejano
seguir su propia naturaleza.
Una noche mientras dormía, las hadas tejieron en los sueños
del jovencillo, le mostraban una alta y noble montaña, donde la brisa del
viento podía sentirse como un susurro. Y de esa melodía suave se entregaba un
mensaje: - Marcha hacia la cima y escribe en tu corazón tu más anhelado sueño,
sella esa escritura con la pasión y el amor que nace del deseo. Guárdalo hasta llegar al encuentro con el
Señor del Viento. El te escuchará desde las profundidades de tu alma para
expandir tu voz al universo de lo infinito.
Al despertar, sintió su
corazón lleno de angustia e incertidumbre, recordó su sueño y a pesar de
la emoción que lo embargaba, decide
partir en búsqueda de respuestas, hacia la montaña para encontrarse con el
Magnate de las brisas del poniente.
Había llegado el momento
de visitar la montaña del señor del viento. Cuenta la leyenda que cuando los
pájaros mueren, visitan la montaña del señor del viento y allí son conducidos,
en su último vuelo para reencontrarse con la gran ave, la cual vive en lo más
alto de los cielos. Los que han volado con honor son elegidos para volar en
sueños. Y con cada aleteo suyo los sueños se alejan hacia la realidad.
El camino a la montaña
era abrupto, pero el ave se desenvolvía bien sobre el terreno, sus patas
ligeras esquivaban las piedras con destreza. Cómo si el destino se confabulara
en su contra, las temporada de lluvias se avanzó un mes y la pilló en medio del
ascenso. El agua golpeaba sus plumas como rocas lanzadas por un dios sin piedad
y misericordia, los recuerdos de ese funesto día venían con cada gota y sus
plumas se resentían por la culpa que sentían. La ascensión duro tres días y
tres noches, cada noche tenía el mismo sueño. Y mientras caminaba a través de la cortina de
agua y barro, en su mente repicaba una y otra vez el mismo susurro “ve”.
Cuando llegó a la cima
cesó la lluvia, ninguna nube se atrevía a cubrir ese territorio. Un dolmen
coronaba la cima, allí un anciano reposaba. El ave del paraíso se acercó
fatigada y sacando fuerzas del interior de sus plumas:
-Vengo para pedir audiencia con el Señor del
Viento, ¿vos sois el Señor del viento?
-Así es- respondió el anciano.
-Mi señor vengo para pediros ayuda, quiero volar
-¿Y qué os lo impide?
-El halcón, mi señor.
-¿Estáis seguro de eso?
Le parecía tan obvio, que
la pregunta del señor del viento, la desconcertó totalmente. Antes de poder
replicar al señor del viento, el halcón que estaba al acecho urdió un plan para
cazarla de una vez por todas. Las hadas agarraron el pico del ave y lo levantaron
hasta que este apuntó hacia el peligro de muerte, el halcón caía en picado, el
ave sólo puedo correr hacia el otro lado de la montaña y allí todo terminaba en
un precipicio que llevaba al mar.
Sus músculos se tensaron
y empezó a correr, llevaba toda la vida corriendo, toda la vida viviendo en el
suelo, toda la vida con miedo a ser cazada por el maldito halcón y ahora el
concepto “toda la vida” llegaba a su fin. Si se detenía el halcón le daría caza
y si saltaba el halcón la atraparía hundiéndole sus garras. De repente se dio
cuenta de que ya no tenía nada que perder y poco tiempo para conseguir lo que
deseaba, saltó al vacío.
El halcón sonrió bajo su
pico, él sabía que ese es su territorio, siempre ha sido un cazador en el aire.
Perseguir todos estos años al ave a ras de suelo, había sido un fastidio. Ahora
sería por fin, suya.
El ave del paraíso
atravesó el viento con su pico encorvado y las alas semi-desplegadas,
entretanto las preguntas del anciano se repetían una y otra vez ¿Y qué os lo
impide? … ¿Estáis seguro de eso?... por cada vez que se hacía esas preguntas,
una pluma entraba en llamas. El halcón encogí sus alas y estiró sus garras, por
fin se acercaba el anhelado momento. La ave también encogió sus alas para ganar
velocidad en la caída, y las preguntas del anciano ahora ya habían poseído la
mitad de su cuerpo que empezaba a arder cómo un incendio sin control. El Ave se
acercaba al mar desde esa altura pudo ver su reflejo y entonces cayó en la
cuenta que estaba envuelto en una llamarada luminosa, los colores bailaban junto a la danza de ese fuego sagrado en donde
a través de su sonido de vida y fuerza rememoró la voz de su madre regresando
del pasado para recordar: “Quizás ahora no lo percibas, más en ti vivirá el
arcoíris que te llevará a distinguirte entre los distinguidos.” Fue entonces, cuando el ave exhibió sus enormes alas frenando la caída y al mismo tiempo giró
completamente en su poderío de fuerza eterna hacia su depredador. Ese movimiento inesperado, cogió por sorpresa
al confiado halcón, el cual no pudo esquivar al pájaro. El ave atrapó al halcón
con sus alas ígneas en un abrazo mortal. Ambos se consumieron en las llamas
formando un pequeño sol en la inmensidad del mar, luego desaparecieron.
Las olas bailaban con sus
cenizas y de ellas resurgió el ave del paraíso, el ave fénix.
FIN
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