MAS ALLA DE LA LUZ
Escrito por Claudia Rodríguez
Charlotte
una mujer profesional cansada y estresada del mundanal ruido decidió ir donde
el viento la guiará y por sincronía, le llama un matrimonio amigo para que se
fuera con ellos al lago, ese fin de semana. Obviamente aceptó de forma
inmediata.
Ansiosa
durante la semana no hacia otra cosa que pensar en que haría estando allí, se
propuso pintar, escribir, compartir, salir a caminar y tantas otras actividades
que agotaban aun mas su mente trabajólica.
Llegó el
viernes y apenas se retiró de su trabajo fue a su departamento para buscar el
equipaje dirigiéndose raudamente hacia la montaña.
Mientras
manejaba su auto, se deleitaba con todo lo que iba observando. Bosques de
árboles nativos, campos, riachuelos, caídas de aguas, fauna silvestre y tantas
otras bellezas que ante el ruido de la ciudad pasan desapercibidos. Su mente
volaba, sin embargo aun se encontraba atada a los problemas de su vida
cotidiana.
Cuando
llegó a la cabaña donde se encontraban sus amigos. ¡No podía creer, la hermosura
de cielo que veía! Era como si una cúpula de estrellas la envolvieran con sus
constelaciones haciéndole participe de la danza nocturna, bajo el silencio de
la música sin melodía, un susurrante
viento.
Agradecía
una y otra vez a sus amigos por la invitación, después de una amena y larga
charla dada por el compartir mutuo de los tres más el cariño que se expresaban
entre sí, todo amenizado por el fuego de la chimenea acompañado de un sabroso té,
contaban sus historias, olvidándose del mundo, riéndose a carcajadas de
recuerdos en los cuales han coincidido vivir.
Ya a altas
horas de la madrugada, decidieron ir a dormir pero antes Charlotte quiso ir al
jardín a observar nuevamente ese firmamento saturado de luces parpadeantes
cautivando la mirada de cualquier romántico empedernido.
Respiraba
profundo, como para llenar su visión de tanta maravilla, tratando de captar
hasta el más mínimo detalle para cuando necesitase recordar, sólo bastara con cerrar los ojos y encontrarse nuevamente en
ese lugar…. Se dio cuenta que a medida que agudizaba sus sentidos se sentía
parte de toda esa nobleza divina hecha vida.
Y con esa sensación se marchó a descansar.
Al amanecer
se podía observar el sol salir desde las montañas e iluminar la habitación a
medida que avanzaba el tiempo. Charlotte al despertar reparó en su ventana
asombrándose del paisaje tan bello, un verde de tonalidades diversas, el rocío
en las hojas. El viento moviéndolas como saludando a la mañana, los pajarillos
cantando, las flores abriéndose paso con sus pétalos a la llegada del ruiseñor
de luz y en el fondo, un lago de aguas color esmeralda, tan transparente que la
brisa del rayo solar hacían ver como si hubiesen las estrellas aterrizado allí,
los peces saltaban dando la bienvenida al nuevo día.
Charlotte
sintió que su sueño había sido tan reponedor y al ver este paisaje de edén, se
sintió emocionada de poder ser parte de él.
Salió al jardín,
se sentó en el pasto y llevo un libro para leer, un cuaderno para dibujar o
pintar y su música relajante.
Colocó sus audífonos
en sus oídos y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. No podía parar de
llorar de felicidad, la vibración que emitía la música iba acorde a la
vibración que emanaba el lugar y ella era parte de toda esa sincronía sublime….
¡Cuán feliz
se sentía! Deseaba escribir o dibujar pero sus ganas de contemplar y saciarse
de ello era aun mayor, así que se dio la libertad de elegir por silenciar el
instante inmortal sellándolo con sólo perderse en lo que recibía de la virtud
natural del medio que la abrazaba con tanta calidez.
No tuvo
noción del tiempo y cuando se dio cuenta ya era horario de tarde. Volvió a la
cabaña avergonzada por no haber compartido con sus amigos.
Ellos sólo
pudieron decirle que se sentían feliz que descansara y disfrutara de todo lo
que estaba recibiendo. Ese era el fin de
la invitación, lograr que sintiese
y palpase la felicidad, fuera del ruido constante de la urbe.
Al
finalizar ese fin de semana y devuelta a casa, manejando su auto se dio cuenta
que no pintó, no dibujó, no trabajó y que sólo contempló, se sonreía porque
admitía que en ese presente fue la mejor decisión que pudo tomar.
Volvió a su
trabajo con otra disposición y cada que vez que se presentaba alguna
complicación, solo recordaba, cerraba sus ojos y volvía a sentirse en la
plenitud de lo aprendido, de lo compartido, de lo asimilado, de lo percibido,
de lo vivido.
Y pensaba
¡Cuántas veces me pierdo en discusiones y juicios que sólo me llevan a
deteriorar mi tranquilidad mental y física olvidándome de lo más importante, LA BELLEZA DE LA CUAL SOY PARTICIPE! Eso
es sentirse del todo, uno y del uno, todo.
Desde ese
fin de semana Charlotte comprendió que necesitaba darse tiempo solo para
contemplar, lo cual la llevó a buscar en sus tiempos de relajo diversos lugares
en donde perderse en la inmensidad del UNIVERSO.
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